viernes, 6 de febrero de 2009

DESDE LA COSTA OSTE




DESDE LA COSTA OESTE.

San Francisco me embrujó. Llegamos en carro desde Los Ángeles (unas 6 horas de carretera) y, al dejar atrás los contornos de Oakland, nos recibió el imponente Golden Gate, como un collar cobrizo suspendido sobre las gélidas aguas de la bahía. Transitamos su distancia, maravillados por esta obra majestuosa; ya en la ciudad, percibimos el balance perfecto entre el encanto aristocrático y la atmósfera bohemia que la caracterizan. Su quebrada topografía, de subidas y bajadas imposibles coronadas por la neblina entre la que asoma la silueta augusta de las casas victorianas, el asmático traqueteo del cable car paseando las principales avenidas, le confieren a San Francisco una personalidad única, atrayente e inolvidable.

Confieso que, desde el punto de vista turístico, no soy particularmente fanática de los Estados Unidos. Por lo general, sus localidades me parecen desangeladas, repetitivas y, aunque suelo encontrar disfrute en todos los sitios que visito, las ciudades y pueblos estadounidenses no están en el top de mi lista, tampoco su gastronomía me merece especial atención, exceptuando, por supuesto, Nueva York, ciudad a la que reconozco su lugar emblemático entre las capitales del mundo.

Todo eso cambió en San Francisco; su ambiente apacible y relajado, invita al disfrute y a la remembranza. Por instantes, cierras los ojos y puedes sentir sus calles y parques poblados de jóvenes descalzos, de cabellos largos, punteando en sus guitarras cantos de paz y te invade la tentación de colocarte flores en el cabello, como sugería Scott MacKenzie. ¡Claro! Siempre y cuando no esté haciendo un frío que pela como el de este diciembre.; y esa es la otra característica de San Francisco, hace frío; el guía nos dijo que ellos siempre saben reconocer al turista en verano: anda en shorts y, según Evelyn, Mark Twain dijo que el invierno más frío de su vida fue un verano en San Francisco.

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Esa misma noche, después de registrarnos en el hotel y esperar que amainara la lluvia persistente, nos fuimos a Fisherman´s Wharf. Allí saboreamos los más frescos mariscos y moluscos, vimos humear la maravillosa crema de almejas servida en pan. Todo ello regado por el vino californiano que, aunque no es la gran cosota, puede pasar. Particularmente, los vinos rojos, incluyendo el Shiraz son aceptables (los blancos, al menos los que probé, están cercanos a lo terrible; espero que alguien haga la caridad de recomendarme un Chardonnay tomable).

A la mañana del día siguiente tomamos el City Tour, que es la mejor manera de ver la mayor cantidad de sitios en poco tiempo. Visitamos así el Golden Park, el mirador en el puente, desde donde se puede aprecia la extensión del Golden Gate, el islote de Alcatraz y, hacia el otro lado, la aguja de la Pirámide Transamérica apuntando al cielo, Chinatown, Market Street, Van Ness, Stockton (distrito financiero), la Iglesia. Terminamos el tour nuevamente en Fisherman´s wharf donde almorzamos estupendamente bien: San Francisco, tal vez por la mezcla de culturas que la pueblan tiene una gastronomía fantástica, énfasis particular en mariscos, comida italiana y comida china.

Al día siguiente, teníamos pautado hacer el tour para Alcatraz. Recomendable 100 x 100. Tomamos el ferry desde pier 33 y al llegar a La Roca e ingresar al penal, te dotan de un guía virtual que te adentra en el recorrido y las anécdotas más significativas del sitio y sus huéspedes. Ilustrativo y escalofriante.

Esa noche fuimos a MONA LISA un restaurante italiano ubicado en el 353 de la Av. Columbus de North Beach (Barrio Italiano). Merece especial mención porque, a pesar de haber referido anteriormente que en San Francisco se come bien, este sitio es sencillamente otro nivel. NO TIENE DESPERDICIO. Más abajo, en la misma cuadra, esta ubicado The Stinky Rose, el local donde toda la comida, TODA, es hecha con ajo.

Al día siguiente, ya sin tanto apremio, recorrimos los sitios de S.F. que más nos llamaron la atención durante el City Tour, entre ellos: la calle Castro, también llamada el barrio gay (allí comenzó el movimiento por los derechos civiles de los Gay en los años 70), Haight Ashbury o barrio Hippie, el jardín de los zapatos, Misión o Barrio Latino, Civic Center, Presidio, North Beach o Barrio Italiano, la Calle Stockton o distrito financiero y, por supuesto, nuevamente Chinatown.

Nos despedimos de San Francisco encantados. La gente es fresca y amigable, la diversidad es atrayente y nos quedó pendiente mucho que ver.

El 25 de diciembre fue un día de carretera, regresamos desde San Francisco hacia Los Ángeles; la carretera estuvo poblada de ventiscas de arena y bastante frío. Una vez registrados en Los Ángeles nos fuimos al paseo de las estrellas, el Teatro chino y el Teatro Kodak (lamento informar que no nos pusieron alfombra roja, ni nos dieron ningún Oscar, una prueba más de las injusticias de la Academia). Terminamos entrando en un restaurante chino de la zona, más para huir del frío que por lo atractivo del lugar. Resultó que comimos estupendo pero no guardé referencia del sitio.

El 26 de diciembre, el viaje era obligado para Camarillo, el lugar de los outlets en Los Ángeles cuyas rebajas son asombrosas. Un día de compras devastadoras, pero totalmente aprovechado.

No puedo dejar de mencionar nuestro día en Disneylandia. A hora y piquito de Los Ángeles, en dirección a Anaheim, está el parque original de Disney. Aunque más pequeño y antiguo que Disney World, en mi opinión es, estéticamente mucho más hermoso. Pasamos un día maravilloso soltando nuestro niño interno. Fue una despedida nostálgica y feliz de la costa oeste de los Estados Unidos. Mañana temprano partiremos a Miami para reunirnos con la familia a celebrar el fin de año.